La realidad y la ficción, tal como son entendidas, son exactamente lo mismo. La realidad es una clase de ficción en la que creemos que todo es real, tal como ocurre en la ficción que con frecuencia sentimos como real. Y para no hablar de ficción en abstracto, podemos tomar las películas como modelo de ficción para desarrollar estas ideas.
En la creación de las películas se plantea construir una historia que puede o no tener cierto sentido implícito o explícito. Se crean locaciones, vestuario, maquillaje, caracterizaciones del personaje. Los actores revisan las líneas, las aprenden, las transforman, las interiorizan hasta asimilarlas y luego las exponen como si fueran suyas.
Así en varios meses, se crea, en celuloide o en magnético, un grupo de patrones que, al ser expresados visualmente, podrían interpretarse como una historia. Claro está que una película es, técnicamente, un grupo de luces proyectadas en una pantalla, acompañada de sonidos. Pero ¡oh divina ilusión de nuestros sentidos! Para nosotros es algo vivo, tangible, con tiempo, espacio, intensidad, emocionalidad, lógica, en fin, tal como si fuera la vida misma.
Y llegado a este punto podemos preguntarnos ¿qué me hace pensar que la vida no es otra clase de película? ¿qué nos asegura que la visión lineal que descubrimos en nuestra vida, no es el resultado de la edición de diferentes escenas tomadas en virtud de cierto guión?
Muchos actores abordan sus personajes con tal intensidad y tal conexión, que se sienten por momentos como si fueran el personaje. ¿Acaso no nos está ocurriendo lo mismo a nosotros al identificarnos con este cuerpo y estas circunstancias particulares de vida que tenemos?
La aparente separación entre realidad y ficción, para mí sólo existe gracias al veneno del orgullo y a los mecanismos autónomos de nuestros cuerpos mental y emocional. Según los budistas, el veneno del orgullo aparece cuando valoramos nuestra propia experiencia como la única experiencia válida, por encima de las demás. El cuerpo emocional sostiene el orgullo y defiende visceralmente al ego, aferrándose a cualquier porción de ilusión que le permita validarse a sí mismo. El cuerpo mental manipula constantemente las percepciones, cargándolas de significados ilusorios, como las películas, que nos inclinan a confirmar la existencia de una realidad inexistente.
Los actores, personas con las mismas virtudes y debilidades que cualquiera de nosotros, son aclamados por la personalidad que impostan y por la ilusión que son capaces de crear. Los magazines y toda la maquinaria de la ilusión, los exhiben como héroes contemporáneos, adorándolos y condenándolos alternativamente, quizás del mismo modo en que se hacía con los gladiadores en la Roma antigua.
La ilusión de la realidad, puede llegar a ser tan obvia como la ilusión de la ficción. Brad Pitt sabe que no es Aquiles, pero Aquiles, en la película, no lo sabe. Brad Pitt, al igual que Aquiles, cree que es Brad Pitt en la realidad... ¿cuánto de tí mismo eres capaz de cuestionar?
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4 comentarios:
Películas y obras que se "respeten" terminan por lo general movilizando risas, llantos o aplausos del público. El protagonista oculto, nuestro ego inflado y siempre disfrazado de invisible, se divierte a ambos lados de la tarima, jugando con cada uno de los personajes y haciéndonos creer que somos un poco de cada uno... o convenientemente ninguno
Si, convenientemente o conscientemente, a veces elegimos no ser ninguno, evadir la ilusión
Saludos , interesante , comparto en general lo que dices , yo lo he trabajado con otro mátiz.
En fin , encantado de visitarte.
Galae.
Gracias Guerreros de la Luz. Ya paso por tu espacio. Saludos
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