lunes, 7 de septiembre de 2009

El manto rojizo

La quebrada sigue creciendo. Sus patas apenas si pueden sostener su cuerpo. A pesar de que carga más de 100 veces su peso, el suelo que pisa está muy resbaladizo. Afortunadamente algunos vellos, negros troncos, le sirven de apoyo.
Se sujeta con dos patas a uno, con otras dos al otro y con las traseras trata de mantenerse firme en la superficie. Sus compañeros del sistema Arac I, también están resistiendo los embates de los fluidos. Es una mezcla extraña, molesta, cambiante e intoxicante de fluidos diversos, que no cesan de atacar. Llueve por doquier. Hay pausas cortas, luego de las cuales se modifica el tipo de líquido… Es extraño, muy extraño. En todos los pulsos que habían habitado este espacio no habían experimentado nada igual.
Las comunicaciones internas al sistema están cada vez más confusas y están a punto de perder su unidad como colonia. La llama de la vida se debilita en ellos, saben que solos no sobrevivirán, son un organismo, una entidad viva cuando están juntos. Si se aíslan, en pocos pulsos sobrevendrá el desenlace fatal. A fin de cuentas los sistemas Arac forman siempre un nido donde se asientan. Es lo que los hace llamarse arácnidos.
Los líquidos han cesado, la quebrada ha amainado… Una sombra se cierne sobre los restos de la colonia, un manto rojizo-rosado con tentáculos seca el suelo. A su paso se lleva a muchos de sus compañeros. El lucha con todas sus fuerzas para no ser abducido, pero es tan pequeño…

Camila observa su herida. Está seca, ya no hay sangre, se ve limpia y descontaminada. Menos mal que había desinfectante en el botiquín —piensa.

Caracas, 3 de septiembre de 2009

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